Con la Javiera hemos llegado a la conclusión absoluta sobre la necesidad imperiosa de pensar dos veces antes de vociferar peticiones mirando el cielo. Y una vez más, queda confirmada la teoría. Tanta súplica tenía que ser escuchada y después de tantos años y tantas voces diferentes rogando que el profesor estuviera enfermo (nada tan grave, sólo lo suficiente como para que le sea imposible llegar a tomar la prueba), o que en virtud de su sabia edad alguna laguna mental le provocara una amnesia selectiva por la que olímpicamente olvidara siquiera que tenía que estar en la sala de clases; que el ayudante se hubiera caído de la micro; que lloviera tanto que se anegara la Universidad o en su defecto, que esta fuera usada de refugio para las víctimas de los temporales, y otros e infinitos etc, finalmente y ante la sorpresa de todos ( y sí, de todos) el milagro se produjo.
La petición más de miss de algo en algún certamen de belleza transmitido por algún canal de tv cable de bajo presupuesto (y no tan bajo también), la petición más ingenuamente ambiciosa (y sospechosa, debo decirlo) fue escuchada: No tendremos que dar el añoso Examen de Grado para poder titularnos de periodistas.
Entiéndanme, no es que mi imagen mental favorita sea verme encerrada durante eternos meses tratando de entender la "lapicidad del lápiz" para Desantes, o la definición Godosiana de Broadcasting, o la maravillosa aldea global de McLuhan y llegar a saber qué tiene que ver que las ranas sólo coman lo que está en movimiento - porque si está quieto no lo ven- para empezar a tratar de entender a Maturana.
Es sólo que el Examen de Grado era ese instante que siempre parece lejano, hasta que temiblemente deja de serlo, pero que en su amenaza de existencia tiene el poder de modelar las acciones. Se justificaban los meses de estudio por esa aura de respeto que lo envolvía.
Es cierto que no medía todas las habilidades reales que hay que desarrollar para poder ser periodista. Es cierto que en su abstracción teórica dejaba afuera elementos fundamentales de la profesión. Pero también es cierto que salir de la universidad sin una instancia final que mida, por lo menos, si nos dimos la lata de sentarnos a estudiar todo lo que tantas otras veces no estudiamos, y que tenemos alguna mínima idea o noción de ética, de derecho, de teorías de la comunicación, de las ciencias sociales y la comunicación, me suena a estar incompletos, a final abierto, y no, no me gustan los finales abiertos.
Es verdad, tal vez la mejor manera no sea tratar de medirnos en un examen meramente teórico, pero también es cierto que no es mucho mejor opción no evaluarnos en absoluto.
Espero estar errando en la apreciación, pero me suena a que no sólo el "resto del mundo", sino ahora nuestra propia universidad nos ve como una carrera chanta. Así no más: chanta. "Ud. el periodista chanta vaya circulando rapidito, rapidito".
Salté - y desde el accidente que no saltaba- de la alegría y fui con mi pololo a comer sushi para celebrar la muerte del eximio examen. Y sigo sintiendo el gran alivio de saber que este verano y sobre todo, el título, son míos. Fui una de las que pidió - sin nunca creer realmente que sería verdad - que se eliminara. Pero no puedo evitar pensar que nos quedamos un poco cojos. Que si bien pedí que no hubiera más examen de grado, no era mi intención tener con propiedad el "título" -frente a mi y frente a todos - de periodista, como si fuera a la chuña. No porque nos regalen todos los años de estudio y trabajo que hay detrás de ese título. Sino porque como profesionales deberían medirnos, deberían evaluarnos. Debería existir la instancia en la que la mediocridad no fuera una opción. Pero creo que esa no será una petición tan popular como lo fue eliminar nuestro examen de grado y de verdad espero que no sea porque somos chantas.