Todo se pasa.

Amo Diciembre. El fin de clases, las vacaciones, el árbol grande, el pan de pascua, la piscina, los villancicos, las calles llenas de luces.

Amo esos finales incluso más que los principios: antes que los nuevos años comiencen y sean sólo "otro año más", podemos soñar que serán como queramos que sean. Antes que empiecen, siempre pueden ser promesa y a veces, con eso basta.

Este año nuevo le di el primer abrazo - y beso - a Pedro. Salí a dar la vuelta a la manzana - aunque sólo llegué a la esquina- con una maleta (asegurándome que estuviera en perfectas condiciones, no fuera a ser cosa que por andármelas dando de chistosita me descrestara nuevamente en algún viaje). Me tomé una copa de champaña (no pude al seco, soy una dama por naturaleza) con una cadenita de oro al fondo, amenazando con mil bacterias a las que preferí no hacerles mucho caso. Sí, amo las cábalas, no importa cuán ridículas parezcan.

Las amo por el pacto de confianza. Porque transamos la racionalidad por un poco de fe, por permitirnos creer que las lentejas sin sal; que parecer loca como mi tía Cecilia, corriendo con ritmo de trote tarapaqueño con la maleta colgando; que los abrazos al especimen del sexo opuesto que más cerca se tenga (sin importar que sea el primo, que tenga espinillas, que no se lave el pelo), son una especie de "seguro de vida" y por un minuto nos ayudan a creer que nostros también nos podemos ganar el Kino, que para este año tal vez nuestros planes por fin se coordinaron con los del de arriba y que no será más tiempo de resignaciones.

Amo la Navidad, amo el Año Nuevo. Ame que el 2006 por fin se terminara porque todo se pasa, pero a veces cuesta tanto creerlo. Ame que el 2006 por fin se terminara, porque para el 2007 estoy protegida.